Al principio, solo era un nombre que surgió en un oráculo,
una palabra que contenía un significado aún desconocido.
En una mentoría, entre diálogos sobre futuro y propósito,
LeMURia apareció como un destino latente,
un territorio sin fronteras físicas,
pero con un propósito claro:
crear un espacio donde lo espiritual y lo profesional,
el bienestar y el movimiento,
lo creativo y lo estructurado
pudieran convivir sin contradicción.
Así, este año fue un año de apertura.
De pasar del concepto a la realidad.
De construir un continente sin mapas previos,
pero con una brújula interna que siempre apuntó
hacia la comunidad.
Desde Australia llegó la inspiración:
una conexión con la naturaleza,
con la libertad del océano y el arte urbano
que más tarde se plasmaría en Poblenou.
Allí, entre muros de ladrillo y calles llenas de historia,
LeMURia encontró su primer hogar físico,
un punto de encuentro para nómades creativos,
emprendedores, buscadores y artistas.
A lo largo del año, las puertas se abrieron de múltiples maneras.
El coworking se transformó en un ecosistema vivo,
donde cada persona traía su historia
y encontraba otras con quienes compartirla.
Algunos llegaron con ideas y se fueron con proyectos,
otros simplemente con la sensación de haber estado
en un espacio donde podían ser.
Se tejieron lazos más allá del trabajo.
El yoga y la visualización abrieron caminos internos,
mientras que el paddle surf y el deporte
nos recordaron que el cuerpo también es parte de la experiencia.
La espiritualidad no quedó en palabras,
sino en rituales compartidos,
en la conexión con un propósito mayor.
El arte tuvo su lugar,
en exposiciones que llenaron los muros de color,
en eventos donde la creatividad no fue un espectáculo,
sino una forma de comunicarnos.
Las mujeres dejaron de ser musas
para ser creadoras de sus propias narrativas.
Los niños llegaron,
y con ellos, la certeza de que este espacio
no es solo para quienes trabajan,
sino también para quienes sueñan,
para quienes aprenden jugando
y encuentran en la comunidad
una extensión de su propia familia.
Las voces de LeMURia resonaron en entrevistas,
en radios, en artículos que llevaron su historia más lejos.
Pero lo esencial quedó en quienes pasaron por aquí:
las personas que encontraron en este lugar
un refugio, una inspiración,
una pausa o un impulso.
Hoy, mirando hacia el 2025,
LeMURia no es solo un espacio,
sino una comunidad que sigue creciendo.
Un continente sin fronteras,
un oráculo que sigue revelándose,
un movimiento que recién comienza.
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